viernes, 12 de septiembre de 2014

La autoestima en la adultez

La persona adulta mayor continúa en ese proceso de consolidar su identidad y el papel que juega su autoestima en este proceso es de vital importancia.
Si consideramos que la autoestima es susceptible de sufrir alteraciones, entonces, cuando la persona adulta mayor comienza a tener pérdidas, los mitos y estereotipos podrían influir en su forma de valorarse, de ahí que velar porque ésta tenga una autoestima alta resulta una tarea ineludible para un gerontólogo, ya que dependiendo de que la persona adulta mayor se lleve bien consigo misma, así podrá llevarse bien con otras personas. Si una persona adulta mayor se rechaza, le parecerá que otros también la rechazan y se verán afectadas sus relaciones interpersonales.

Sin embargo, muchas personas adultas mayores nunca han recibido amor verdadero en sus vidas, por lo que no han aprendido a amarse.
La inseguridad y la autodevaluación incapacitan a estas personas para saber recibir, en ese sentido, es pertinente citar lo siguiente:

Podemos deteriorarnos por el paso de los años y por las experiencias difíciles que hemos debido afrontar, pero eso no significa que no tengamos valor...” (Meyer, 2000: 19).

Algunas personas adultas mayores, cuya autoestima es baja, sufren estrés, son infelices y se sienten insatisfechas y desalentadas, lo que unido a un proceso de pérdidas no les permite disfrutar de una vida sana y plena a nivel integral y su sentido de identidad se ve perjudicada.
El proceso de la autoestima contempla seis componentes, tres de tipo inferido, a saber: autoimagen, autovaloración y autoconfianza; tres conductuales de tipo observable: autocontrol, autoafirmación y autorrealización (De Mézerville, 2004).
A continuación, los estudiaremos en relación con la persona adulta mayor.
Se entiende por autoimagen “verse a sí mismo, ni mejor ni peor, sino como la persona que realmente es” (De Mézerville, 2004: 29), es decir, apreciar las virtudes y defectos y reconocer los errores.

En el caso de las personas adultas mayores, muchas de ellas en su niñez, recibieron el trato despiadado y cruel de sus amigos, familiares y padres respecto de su aspecto físico, por lo que han llegado a creer que las personas más hermosas son las más apreciadas y, como todos queremos ser apreciados, procuran ser personas que cumplen con los parámetros de belleza socialmente establecidos. Unido a estas experiencias del pasado, la persona adulta mayor se encuentra también con los estereotipos que dicen que “la vejez es fea”, “que ser viejo/a es deteriorarse”, por lo que la percepción de sí mismas se ve afectada, ya que no pueden visualizarse en forma realista, sino que sólo tienden a ver sus defectos, sus carencias y desatienden sus cualidades y valores.

También va a afectar su autoestima las ideas que proyecte para sí mismo/a: “soy viejo/a y feo/a”, “estoy arrugado/a”, “no sirvo para nada”. “Autopercibirse positivamente incluye una aceptación física de la imagen corporal, de los cambios por la edad, y en lo social, que los otros acepten esa mujer (persona) mayor como un ser útil y valioso” (Losonsy, 1993, citado por Bonilla y Méndez, 1999).

Para la persona adulta mayor percibirse de una forma positiva no es fácil, pues se ve influido por los estereotipos que maneja la sociedad. Esto hace necesario que por diversos medios, se logren establecer espacios para que las personas mayores puedan verse tal y como realmente son para así puedan encontrar un sentido a sus vidas, más allá del estarse lamentando por sus pérdidas y de esta manera puedan disfrutar más de sus potencialidades y cualidades, aceptando a la vez sus debilidades y sacando provecho de sus errores.


Fuente: http://www.conapam.go.cr/mantenimiento/revista%20aportes.pdf


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